La primera década del siglo XXI ha supuesto la irrupción de China en Latinoamérica, que ha crecido y sorteado la crisis mundial sin demasiados estragos, entre otros motivos, por sus ventas de petróleo, minerales y granos al gigante asiático. Sin embargo, algunos funcionarios y empresarios latinoamericanos alzan su voz sobre los riesgos de esta asociación con China, dada la competencia que suponen sus exportaciones industriales y el interés de las empresas chinas -la mayoría, con participación estatal y cotización en Bolsa- por hacerse con la propiedad de las tierras que albergan los recursos naturales.
En una reciente cumbre empresarial China-Latinoamérica, organizada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Gobierno chino en Chengdu (capital de la provincia de Sichuan, suroeste del país), el empresario brasileño Nizan Guanaes, principal ejecutivo del grupo publicitario ABC y referente del Foro Económico de Davos, planteó el conflicto como si estuviera en el Foro Social de Porto Alegre: "Ya fuimos colonizados una vez y no queremos ser colonizados otra. Queremos ser socios". Guanaes fue más allá y dijo que los latinoamericanos aman el dinero tanto como los chinos. Es decir, una relación en la que los exportadores de China vendan manufacturas y sus constructoras hagan obras públicas en Latinoamérica, mientras que sus petroleras, mineras y empresas de alimentos compran yacimientos y tierras, no implica una sociedad de beneficio mutuo.
El presidente de China, Hu Jintao, ha hecho un par de giras por Latinoamérica para promover el comercio y alentar a las grandes empresas de su país a invertir en el subcontinente o a ganar contratos en la región. A mediados de esta década, las compañías chinas recibieron la orden de expandirse por el exterior, según cuenta Yuan Shaobin, director general de Citic Construction, que ha conseguido tres contratos con países latinoamericanos por 2.315 millones de euros. China y Latinoamérica casi no comerciaban en 2000 y 10 años después el intercambio entre ambas regiones tan remotas se ha multiplicado por 11.
El gigante asiático se ha convertido en el segundo socio comercial de Latinoamérica, por encima de la Unión Europea y solo por debajo de EE UU. Cuando Hu visitó por primera vez la región en 2004, pronosticó que el comercio bilateral alcanzaría los 72.000 millones de euros en 2010 y que la inversión de las compañías chinas totalizaría esa misma cifra entre ese año y 2014. El comercio superó la meta en 2007. China acumuló superávit con casi todos los países latinoamericanos en la década pasada, con excepción de Argentina, Brasil, Chile y Perú. La inversión china en Latinoamérica, que hasta 2009 sumaba en toda su historia 22.000 millones y suponía menos del 1% de los capitales extranjeros que habían llegado a la región, se ha catapultado en los primeros nueve meses de 2010 porque se anunciaron nueve grandes operaciones por casi 17.000 millones, incluida la ampliación de capital de Repsol Brasil que fue suscrita por la estatal china Sinopec.
De las 19 mayores inversiones chinas anunciadas en Latinoamérica desde 2005, solo cuatro se destinaron a la industria y la infraestructura, las demás a la producción de materias primas.
"Sobre China, la buena noticia es que Latinoamérica mantiene una relación intensa con el motor del crecimiento del siglo XXI. Lo preocupante es que nos estamos conectando con la misma estructura exportadora del siglo XIX", dice el director de la Comisión Económica para América Latina, Osvaldo Rosales, al referirse al trueque de manufacturas por materias primas que rigió en tiempos de la revolución industrial británica. Ahora es China la que necesita insumos para ser la fábrica del mundo. El gigante asiático también los ha buscado en África y por eso las sociedades de Chile, Colombia, Brasil o Argentina están alertadas, según Juan Gabriel Tokatlian, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Torcuato di Tella, de Buenos Aires. "Las empresas chinas fueron a África y llevaron su mano de obra, no respetaron estándares ambientales y adoptaron un estilo que rememora otras viejas políticas coloniales, pero Latinoamérica sabe de ese peligro y hasta ahora lo ha eludido. La gran diferencia con África es la presencia fuerte de partidos políticos, ONG y sindicatos", razona Tokatlian.
Brasil ya ha limitado este año la venta de grandes fincas a extranjeros. Uruguay pretende prohibir la compra de tierras por parte de otros Estados, mientras el Congreso de Argentina analiza un proyecto de ley que también restringe el acceso de los extranjeros a la propiedad de los campos.
No es que los Gobiernos latinoamericanos renieguen de su relación con China, pero algunos ponen reparos. "China tiene la oportunidad de ejercer un liderazgo positivo", acepta el subsecretario de Comercio Internacional de Argentina, Ariel Schale. "Compartimos el ideal de un crecimiento con inclusión social, pero un escenario en el que solo exportamos materias primas puede atentar contra ese objetivo primordial", dispara Schale. El director de Comercio Internacional de Brasil, Luiz Fernando Antonio, reconoce que hierro, soja y petróleo concentran el 80% de las exportaciones de su país a China: "Mientras tanto, importamos electrónica y equipos. Tenemos que trabajar juntos ante esto", añade. Sin embargo, el desarrollo industrial de Latinoamérica favorece que el 46% de sus exportaciones al mundo sea fabril, aunque en el caso de China solo asciende al 11% de sus ventas.
"Nadie quiere volverse solo productor de materias primas", admite Moreno, pero sitúa la responsabilidad en Latinoamérica: "El reto nuestro es invertir en manufacturas y alto diseño". El conflicto no radica solo en lo que Latinoamérica importa sino también en el daño que las importaciones provocan en industrias de países como Argentina, Brasil, Colombia y México. "China debería evitar que se dé el debate de que sus exportaciones suponen la desaparición de empresas y empleos industriales", opina Rosales.
El País