quinta-feira, 18 de novembro de 2010

La hambruna vuelve a amenazar a Corea del Norte

La mayoría de los 24 millones de habitantes de Corea del Norte sufrirá carencias de alimentos el año que viene a no ser que el país reciba ayuda internacional, según han asegurado de forma conjunta la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO, en sus siglas en inglés) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA). Las dos instituciones dependientes de Naciones Unidas afirman que cinco millones de personas se enfrentan en el país asiático a una grave escasez de comida.


El informe señala que, a pesar de la relativa buena cosecha de este año -algo superior a la de 2009-, Corea del Norte tendrá una carencia de 867.000 toneladas de cereales, cifra similar a la de otros años, pero el país, empeñado en sus programas militares, planea comprar solo 325.000 toneladas. Naciones Unidas afirma que numerosos niños sufren malnutrición, y que la población tendrá que vivir con raciones de grano muy inferiores a las necesarias. La ONU había indicado anteriormente que solo tiene financiación para el 20% del programa de ayuda.
El estudio, realizado este otoño por expertos del organismo internacional, asegura que, en siete de las 10 provincias del país, los almacenes no tenían provisiones de cereales en septiembre y que solo había disponible para distribuir maíz de baja calidad. Los inspectores detectaron también que el maíz contenía excesivos contaminantes y humedad, debido a las inadecuadas instalaciones de secado.
Las inundaciones que han castigado Corea del Norte en los últimos años han mermado la producción agrícola, lo que, unido al estancamiento de la economía, hace que Pyongyang continúe dependiendo de la ayuda de Corea del Sur, China y el PMA. Además, las sanciones internacionales por su programa de armas nucleares han provocado la disminución de los envíos internacionales de alimentos.
Corea del Norte depende del apoyo externo para dar de comer a la población desde que los desastres naturales y la mala gestión hundieron la economía a mediados de la década de 1990. Se estima que la hambruna que asoló entonces el país provocó entre varios cientos de miles y dos millones de muertos, según las fuentes.
La carencia crónica de alimentos, la situación de la economía y la dureza del régimen totalitario de Kim Jong-il han incrementado en los últimos años el número de norcoreanos que han huido de su tierra. El Ministerio para la Unificación de Corea del Sur aseguró el lunes pasado que más de 20.000 se han refugiado en el Sur desde el fin de la guerra de Corea (1950- 1953). De ellos, 10.000 lo han hecho desde finales de 2007, y una cifra récord de 2.927 el año pasado.
La barrera de 20.000 fue cruzada el jueves pasado. El triste honor correspondió a una mujer de 41 años, que llegó con sus dos hijos y logró reunirse con su madre, que ya estaba en Seúl. El número de refugiados comenzó a dispararse en 1999, como consecuencia de la hambruna. Hasta ese año, habían llegado menos de 1.000.
La frontera que separa Corea del Norte y Corea del Sur es una de las más vigiladas y armadas del mundo. De ahí que la inmensa mayoría de los norcoreanos huya a través de China. Pasar esta línea divisoria no es difícil, pero supone el inicio de un arriesgado viaje. Muchos de los huidos son detenidos por la policía china y devueltos a su país, donde se enfrentan a severas penas. Los activistas que ayudan a los refugiados a escapar estiman que en China viven varias decenas de miles de norcoreanos ocultos.
Corea del Sur acoge a todos los desertores que llegan a su territorio, pero les obliga a permanecer tres meses en un centro gubernamental para comprobar sus datos y la información que ofrecen, y otros tres meses en un segundo centro, donde les proporcionan formación laboral e información sobre su nuevo hogar. Entre otros, se les enseña a utilizar un cajero automático o comprar en un supermercado. También reciben ayuda económica para instalarse.
El proceso de integración es complejo. Muchos norcoreanos tienen dificultad para adaptarse a su nueva vida, y denuncian que sufren discriminación y tienen problemas para encontrar trabajo. Los dos países comparten el mismo idioma, aunque, a menudo, existen diferencias en el significado de las palabras. La gran brecha, sin embargo, es cultural e histórica.
El País