quinta-feira, 6 de janeiro de 2011

Carlos Villa, contra los narcos

Su nombre es ya famoso en toda la frontera. Todos los que cruzan la "línea" hablan de él con admiración. Primero, porque es un biznieto de Pancho Villa, el gran revolucionario. Y segundo, porque, a los ojos de los ciudadanos, está "limpio". Es decir, que no tiene negocios con los narcos. Por esta razón, el alcalde de Torreón, Eduardo Olmos, le confió la dirección de la policía, a pesar de que ya estaba jubilado.
Con 61 años, un físico poderoso y una vida al servicio del Ejército, el general Carlos Villa intenta defender, desde hace casi un año, esta ciudad -de millón y medio de habitantes-, sacudida por los continuos enfrentamientos entre Los Zetas y el cartel de Sinaloa.
Una guerra con más de 100 víctimas sólo en el último año. Una parte de los 12.658 homicidios registrados en México en 2010. Una cifra que, plasmada en estadísticas, señala un aumento del 52%, así como una cadencia de un delito cada 40 minutos.
La intensidad de la batalla se debe, según explica el general, a la importancia estratégica de la ciudad. De aquí parten tres corredores utilizados por los contrabandistas. El primero va hacia Laredo (Texas); el segundo, hacia Ciudad Juárez, y el último llega hasta California.
Apenas tomó posesión de su cargo, Villa tuvo que hacer frente al peor enemigo: los policías corruptos.Una clase de agente que proliferaba entre los funcionarios de Torreón. De hecho, un oficial de alta graduación, Mario Fernández, dimitió en 2008 y se convirtió en uno de los líderes de los Zetas, con el mote de Sombra. Lo detuvieron un año después, pero su puesto fue ocupado, de inmediato, por otro colega, que cambió la placa de policía por la capucha negra de contrabandista.
El predecesor de Villa intentó hacer limpieza y despidió, en 2009, a 302 agentes, la mitad de su contingente policial. Y, después, se fue él mismo, dejándole una ardua papeleta en manos del general que, a su vez, siguió deshaciéndose de los indeseables. Obviamente, los policías no le quedaron agradecidos. Y, en el mes de marzo, se rebelaron. Y una delegación le lanzó un ultimátum al alcalde: "Si no echa a Villa, nos vamos todos". Y, tras una larga negociación, la última oferta de los corruptos: "Tiene que cambiar, por lo menos, los guardaespaldas de Villa". Una petición que pretendía facilitar el trabajo de eliminar al general. Pero el alcalde respondió regalándole un coche blindado a Villa y echando a 600 agentes.
Y el general se quedó sin hombres, pero encontró ayuda en el Ejército, una institución comprometida sólo en parte con el crimen organizado.Unos 60 soldados se convirtieron en policías. Y con esta minúscula task force, Villa lanzó su campaña. Algunos han comparado a sus militares con los célebres Dorados, los rebeldes a caballo de la División del Norte de Pancho Villa.
Lo que está claro es que tienen el mismo valor. Si los revolucionarios desafiaban a las metralletas de los federales, los policías de Villa ya lo hicieron en dos ocasiones en Torreón, además de tener que vérselas continuamente con los fusiles de los Zetas que, como en otras zonas de México, no tienen límite alguno.
Tres guardaespaldas de Villa han desaparecido y, de uno de ellos, entregaron sólo la cabeza. Por eso, el general vive en el cuartel, junto a su perro bóxer. Cuando sale, se pone su chaleco antibalas y lleva siempre una Desert Eagle, una pistola de alto rendimiento.
Villa conoce perfectamente la ferocidad de sus enemigos. Y lamenta lo que le pasó a su tío. Era un símbolo de México. Sostenía que "los hombres recordarán siempre que Pancho Villa fue fiel a la causa del pueblo". Y sin embargo, al final, lo asesinaron. El Mundo